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La fotografía ya no es verdad

No cabe la menor duda que hasta hace pocos años una fotografía era una prueba irrefutable, algo que atestiguaba de forma evidente un hecho. Era la mejor forma de inmortalizar y recordar vivencias. Un fiel reflejo de la realidad.

Una fotografía debería ser eso, una evidencia absoluta de que algo es real y se ha vivido con atención.

En el último medio siglo la fotografía se ha popularizado de forma absoluta. Hace 25 años la mayoría de familias disponían de una cámara fotográfica con la que inmortalizar todos los acontecimientos familiares destacados, para conservarlos en los álbumes familiares y no olvidar el placer de ese momento vivido. El nacimiento de una criatura, la fiesta de los 18, la boda y el viaje de novios, y un largo etcétera de situaciones que eran capturadas y atesoradas, esos momentos vividos con alegría eran registradas e inmortalizadas por la cámara familiar.

Con la aparición de la tecnología digital y la consecuente desaparición de los costes en material sensible y revelado prácticamente todo el mundo incorporó la fotografía en su día a día. Ni que decir tiene que a día de hoy, con los smartphones y sus cámaras incorporadas y la posibilidad de compartir las fotos, hoy no concebimos hacer nada, por banal que sea sin captar una foto del momento y compartirla en nuestras redes sociales. Los álbumes físicos han desaparecido para convertirse en galerías virtuales digitales. En escaparates públicos de nuestras vidas.
Es motivo de diversión hacer fotografías, aunque en ocasiones, hay ahora un motivo más oscuro: ese compartir imágenes puede esconder una falta de autoestima y una necesidad de validación por los otros ante lo que parece una vida plena y feliz.

Surge la cultura selfi y los contenidos tendencia. Se trata de compartir vacaciones de ensueño en parajes idílicos, manjares exquisitos en lugares de moda, lucir una pareja de infarto y en actitud feliz. Aunque a menudo más que vivir esos momentos con los cinco sentidos, lo que se hace es coleccionar estampas a modo de trofeo que solo buscan likes y despertar la envidia del observador. Nada de eso es real ni verdadero.

Curiosamente con la aparición de la fotografía digital surgieron también programas de edición de imágenes, como Photoshop que permiten un control absoluto de la edición de la imagen hasta el extremo de falsearla. Más allá de ajustar los colores, la luz y eliminar elementos superfluos, llegamos a un extremo donde alguien, lo suficientemente virtuoso, es capaz de ubicarnos en un paisaje al que no hemos viajado jamás, o junto a un famoso con el que nunca hemos coincidido. Esas manos hábiles permiten también eliminar años y kilos a quienes aparecen en las imágenes para mostrar un cuerpo que corta el hipo.
Con la aparición de las tecnologías de inteligencia artificial se pueden crear paisajes inexistentes o acompañarnos de elementos imposibles. Pero más allá de toda esta tecnología reciente que haría entrar en síncope a nuestros antepasados, me gustaría centrarme en como la fotografía ha perdido su esencia. Ese anhelo de congelar un momento de nuestras vidas para revivirlo y rememorarlo tiempo más tarde, ahora es más bien una competición carente de sentimientos donde a modo de trofeo prima la espectacularidad material por encima de la sentimental.

Si en sus inicios la fotografía mostraba la realidad ahora muestra la artificialidad de nuestras vidas. Ya no sirve para demostrar un hecho, sino para aparentar y reforzar una falsa felicidad y una vida perfecta. Cada instantánea es una composición basada en alimentar el ego para que los otros sientan anhelo de ser tan felices como nosotros aparentamos ser en esa foto.

Las redes sociales de muchos parecen catálogos publicitarios, a los que solo les falta el precio, parecen un espacio donde poder adquirir productos, viajes y hasta amigos. La mayoría busca el mejor ángulo de todo para lograr la fotografía perfecta, la mentira perfecta cuando la contemplación del momento sin hacer ninguna foto sería lo mejor.

Por suerte aún quedamos aficionados avanzados que dedicamos nuestro tiempo y energía en poner los 5 sentidos para captar instantáneas con la modesta intención de transmitir mensajes en nuestras imágenes y de compartir con el resto de mortales, esas emociones que nos han producido ese instante mágico, esa confabulación del Universo para ofrecernos ese momento único y tratar modestamente de captarlo.


Me viene a la memoria ese fragmento de la película “La vida secreta de Walter Mitty" donde Sean Penn dice ante un momento único: “A veces no la saco (refiriéndose a la foto). Si me gusta el momento… lo disfruto. Usualmente, no me gusta que me distraiga la cámara. Quiero formar parte de él.”

O como dice el lema de la revista LIFE: VER MUNDO, AFRONTAR PELIGROS, TRASPASAR MUROS, ACERCARSE A LOS DEMÁS, ENCONTRARSE Y SENTIR. ESE ES EL PROPÓSITO DE LA VIDA.

Y este debería ser el propósito al hacer fotos, como era originalmente, un recordatorio de los sentimientos vividos y no al revés como es hoy. Dejemos de mentir y vivamos…

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