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El calambrazo

«El conocimiento real no puede ser transmitido de un ser a otro, un individuo solo puede ser guiado hasta el lugar donde es posible adquirirlo. Y es necesario que capte la verdad no solo intelectualmente, con su cerebro; sino también intuitivamente, con su corazón; instintivamente, con su sexo; y vitalmente, con su cuerpo». - Alejandro Jodorowsky - EL CONOCIMIENTO REAL

Algunos vehículos de alta gama disponen de un sistema de seguridad llamado Drive Alert. Este dispositivo tecnológico “vigila” al conductor en busca de síntomas de somnolencia o cansancio. Cuando por uno u otro motivo el coche inicia la salida de su carril correspondiente, el coche activa diferentes mecanismos como vibraciones del volante, señales acústicas del claxon o luces para alertar al conductor. El caso extremo llega cuando el coche se dirige irremediablemente al otro carril o va a salirse de la carretera, momento en el que el sistema Drive Alert gestiona por si mismo la fuerza aplicada a la dirección y redirige el coche al carril adecuado.

Supongamos por un momento la siguiente hipótesis: adquirimos un coche equipado con este sistema de serie, pero no somos conocedores del mismo. Solemos realizar trayectos en él, por carretera de noche. Pasados unos meses observamos que conduciendo nuestro coche, en ocasiones y sin “motivo”, de vez en cuando el volante vibra a la vez que suena el claxon. Ocurre solo en pocas ocasiones. Parece que de forma aleatoria. No somos capaces de establecer un patrón evidente que provoca este “fallo” en nuestro vehículo. Nada más percibimos que, normalmente horas después de salir de nuestro origen, sucede este hecho. No siempre.

Por fin tomamos la decisión de acudir a un taller. Cuando el “técnico” nos atiende le comentamos que al conducir nuestro coche, en ocasiones percibimos que el volante vibra. Olvidamos bastantes detalles importantes sobre los hechos. Tras unas horas de exhaustiva revisión, el veredicto del mecánico es que no observa ninguna anomalía.

La tranquilidad inicial se ve truncada semanas después cuando se repite de nuevo la misma situación. Nos planteamos acudir de nuevo al mecánico. Pero también Empezamos a construir en nuestra cabeza la idea que el coche está defectuoso. Algo falla en él. El mecánico realiza pruebas más exhaustivas. Todo está perfecto. Incluso ha cambiado algunas piezas sin necesidad aparente para mi tranquilidad. No obstante, transcurridos unos días, la situación se repite. Nuestra cabeza ya contempla la idea de vender el coche. No nos gusta este "defecto" que tiene. Nos produce intranquilidad y mucha ira, que de vez en cuando el volante vibre sin “motivo” alguno.

Si hubiésemos informado completamente al “técnico” en que situaciones se producía este “fallo”, nos habría advertido e informado del sistema de seguridad Drive Alert. Pero no lo hicimos. Olvidamos esos detalles tan importantes. Estamos hartos de ese "calambrazo" que produce el volante sin previo aviso al conducir (de noche). Después de acudir a diferentes mecánicos y explicarles la situación, y gastar un montón de dinero en cambiar piezas del coche. Uno de los técnicos nos somete a un interrogatorio detallado para entender el “problema”. Su expresión cambia completamente, cuando cito un detalle sin importancia: “de noche”. Su respuesta me deja estupefacto. El “problema” no es el mal funcionamiento del coche, todo lo contrario, está perfecto. La verdadera causa está en mí. Me informa de la tecnología de seguridad que incorpora mi automóvil, equipada para evitar un accidente si el conductor se duerme al volante.

Estos hechos, que nos resultan obvios desde un principio, son una analogía de algo que nos sucede a muchos. Nuestra salud en determinados momentos de nuestra vida no se encuentra en su momento óptimo. Surge sin previo aviso alguna dolencia. Nuestra respuesta es acudir a un médico. Tras narrar los síntomas no receta una “solución” para acabar con la dolencia. La medicación elimina el dolor. Hasta que pasadas unas semanas, vuelve a aparecer. Tras exhaustivas pruebas, el médico no detecta nada anormal, ni las analíticas ni las exploraciones arrojan luz sobre mí "dolencia".

De nuevo, no somos conscientes del Drive Alert que incorpora de serie nuestro organismo. Seguimos obviando algo básico, nuestra dolencia no es más que una somatización. Es la consecuencia de algo. En lugar de buscar la causa, tratamos el efecto resultante de la misma.

En ocasiones la vida manda, de forma sutil, señales. Debemos estar atentos a ellas. Nuestra percepción de lo que nos acontece es vital para una vida equilibrada. Si no atiendes la vida te para. Primero te manifiesta dolencias o enfermedades. Si continúas en piloto automático acabará quizás postrándose en una cama de un hospital. Seguramente por algo nada grave. Esas 24 horas donde tu rutina se ha detenido te permitirá entonces si, observarte. La noche en vela que pasas en esa cama hará que hagas un chequeo interior de tu manera de vivir. Que tomes distancia y te observes. Y analices el rumbo de tu vida. Que te cuestiones tus hábitos. Esas cosas que aceptas tan rutinariamente. Y que te fijes en hacía y donde estás enfocado, si en los otros o en ti mismo. En tu interior o en el entorno exterior. Que valores quienes y cuáles son tus prioridades. Y te plantees, si no deberías ser tú, la principal prioridad.

Percibe tus hábitos. Quizás ese anhelo de perfección que proyectas en todo cuanto haces termina, debido a sus altas expectativas, convertido en frustración. Ese afán de ordenar y limpiar tu hogar sea el reflejo de tu negación, a ordenar y limpiar tu cabeza. Esa excesiva empatía y ganas de ayudar a solucionar los problemas de otros, o esas ganas de cambiar la forma de vivir de nuestros hijos o parejas, nos hagan perder de vista, que no es ese el propósito por el que estamos en este plano terrenal. Debemos trabajar en nosotros. Esos miedos que a menudo nos bloquean y nos impiden hacer lo que realmente sentimos y que daría sentido a nuestras vidas, se hacen presentes en forma de autoboicot y el estar más pendiente del que dirán, y de no consentirte a ti mismo equivocarte. No te lanzas a vivir tu propia vida porque antepones en tu escala de valores o prioridades la vida de los otros.

Nuestro cuerpo se basa en cuatro pilares, como las cuatro patas de una silla: el cuerpo físico, el espiritual, el emocional y el mental. Debemos tratar de mantenerlos igualados para que haya equilibrio. De lo contrario, si una de esas patas tiene una medida distinta, nuestra silla no se mantendrá estable, hasta el punto el extremo que puede provocar una caída. Será entonces cuando debemos observarnos. Y ver que pata es la que ha provocado esa caída, y trabajar para nivelarla respecto las otras tres.

Somos educados para observar nuestro pilar físico. Recurrir a la medicina o a los gimnasios para mantenerlo sano y atractivo. Pero descuidamos o priorizamos, en menor medida, los otros tres. Vamos por la vida desequilibrándonos. Sin prestar atención a nuestras emociones o a nuestros pensamientos. Podemos ser muy tóxicos con nosotros mismos, y muy tolerantes con los comportamientos de los otros, permitiendo así que perdamos el equilibrio. Cuando eso ocurre es frecuente que somaticemos ese desequilibrio en forma de dolencia o de enfermedades.

Si diariamente nos fijamos en nuestros pensamientos y nuestras emociones, seguramente nuestro cuerpo físico no nos dará “problemas”. Nos quejamos de nuestro Drive Alert. En lugar de observar que se activa a causa de nuestra somnolencia, acudimos al mecánico para reparar una consecuencia, en lugar de buscar la causa y el motivo.

Paremos máquinas. Cuando llega el "calambrazo", busquemos el origen o la causa de este. Si nos volvemos insensibles a nuestro sistema de seguridad o lo desactivamos, si seguimos conduciendo de noche y con somnolencia, no debemos lamentarnos del resultado. De ese susto o hasta incluso accidente de conducción que sufriremos. La vida nos ha estado advirtiendo con sutiles señales y no las hemos atendido. La misma vida se ocupa pues, de mandarnos una señal más grande y más evidente, para captar nuestra atención, y seguirá haciéndolo hasta que si se la atendamos.

Se llama karma, y lo confundimos como algo en forma de castigo. El karma no es la venganza del universo, nada más lejos, es el reflejo de tus acciones. Todas las cosas que salen de ti, regresan a ti. Así que no es necesario que te preocupes por lo que vas a recibir, preocúpate por lo que tú das y como lo das, o mejor dicho, que te das y como te lo das... Si no te sientes bien físicamente, busca el posible origen en las otras tres patas, trata de equilibrarlas. Regálate tiempo. Autoobservate. Busca las señales y su origen. Y enfócate en la energía de empezar a modificarlas, sin juzgarte. En el fondo han sido una lección para aprender algo y crecer como persona. Trabájate desde tu amor propio, sin orgullo. Aprende a poner límites, sobre todo en ti mismo. Que te permites, que te toleras.

Este artículo no pretende dar consejos, ni ser una terapia. Es fruto de varios "calambrazos" personales desatendidos, hasta que llegó la señal más intensa que me paró. Me hizo despertar y atender las señales. Una lista larga de señales, que a día de hoy están "inventariadas" y que trato de percibir cuando regresan, para que sirvan de recordatorio y repaso de esa lección aprendida con anterioridad.

Ojalá, cuando termines este artículo, te pares, ni que sean unos segundos, a vislumbrar "tus señales". Que este post sea un granito de arena más, para construir esa idílica playa que es tu vida.

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